Los efectos de la globalización

01.07.2010 00:16

Por lo general, los informes sobre la red mundial de logos y de productos se presentan envueltos en la retórica triunfal de la aldea global, un sitio increíble donde los salvajes de las selvas más remotas manejan ordenadores, donde las abuelitas sicilianas hacen negocios por medio de la electrónica y los «adolescentes globales» comparten una «cultura global». Desde Coca-Cola hasta McDonalds y Motorola, todas las empresas organizan su estrategia de marketing según esta visión […].

El interés que han despertado estas versiones eufóricas de la globalización no ha tardado en desvanecerse, y las grietas y fisuras ocultas tras su brillante fachada han quedado al descubierto. Durante los últimos cuatro años, los occidentales hemos comenzado a ver otro tipo de aldea global,

donde la desigualdad económica se ensancha y las oportunidades culturales se estrechan. Es en la aldea donde algunas multinacionales, lejos de nivelar el juego global con empleos y tecnología para todo el mundo, están carcomiendo los países más pobres y atrasados del mundo para acumular beneficios inimaginables. Es la aldea donde vive Bill Gates y amasa una fortuna de 55 000 millones de dólares mientras la tercera parte de sus empleados están clasificados como temporales […]. IBM sostiene que su tecnología está presente en todo el mundo, y es verdad; pero con frecuencia esta presencia significa que los obreros mal pagados del Tercer Mundo fabrican los microcircuitos de ordenador y las baterías que mueven nuestros aparatos.

A las afueras de Manila, por ejemplo, conocí a una muchacha de 17 años que ensambla unidades de CD-ROM de IBM. Le dije cuánto me sorprendía que alguien tan joven pudiera realizar este trabajo de alta tecnología. «Nosotros hacemos los ordenadores», me dijo, «pero no sabemos

manejarlos.» Después de todo, parece que nuestro planeta no es tan pequeño. Sería ingenuo pensar que los consumidores occidentales no se han beneficiado con las diferencias que hay en el mundo desde los primeros días del colonialismo. El Tercer Mundo, según dicen, siempre ha existido para mayor comodidad del Primero. Lo nuevo, sin embargo, es el interés por investigar los lugares de origen de los artículos de marca, que son lugares donde las marcas no existen. Así se ha descubierto que el origen de las zapatillas Nike son los infames talleres de Vietnam; el de las ropitas de la muñeca Barbie, el trabajo de los niños de Sumatra; el de los cafés capuchinos de Starbuck, los cafetales ardientes de Guatemala; y el del petróleo de Shell, las miserables aldeas del delta del Níger.

No debe pensarse que No logo pretenda ser un título literal. […]. Se trata de un intento de reflejar la actitud de rechazo a las grandes empresas que veo nacer en muchos jóvenes politizados. Este libro se basa en una hipótesis sencilla: que a medida que los secretos que yacen detrás de la red mundial de las marcas sean conocidos por una cantidad cada vez mayor de personas, su exasperación provocará […] una vasta ola de rechazo frontal a las empresas transnacionales.

Naomi KLEIN

No logo, Paidós